“Caminamos juntos en un valle de lágrimas; somos tan
débiles, que necesitamos el apoyo de un brazo fraternal para que nuestra
flaqueza no sucumba en el camino. Y, si esto es verdad en la vida natural, lo
es mucho más todavía en el orden de la gracia y de la salvación. Dios exige
imperiosamente que marchemos todos unidos. La oración constituye, así, el
vínculo que estrecha todas las voluntades y todas las voces, unificándolas. La
oración en común es nuestra fortaleza, sólo ella nos hará invencibles. Aunemos,
pues, sin tardar nuestras oraciones, nuestros esfuerzos y nuestros anhelos:
porque, si ya de por sí todas estas cosas son poderosas, unidas, adquirirán una
fuerza irresistible” (Ramiére).